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Como si no hubiera captado nada, Hobson dijo:
-�se es el final. Dos Mudos, a bordo de helicópteros, arrojaron los Huevos. Ahora
est�n observando. No hay supervivientes. Burkhalter...
Esperó. Lentamente, Burkhalter se fue recuperando de aquel ciego abismo en el que la
hermosa, terrible y mort�fera imagen de Barbara Pell se hundió para siempre hacia la
nada. Lentamente, volvio a enfocar su atención hacia el mundo que le rodeaba.
-�S�?
-Ya han desaparecido los �ltimos habitantes de Sequoia. Aqu� ya no nos necesita
nadie, Burk.
Hab�a un significado oculto en aquella afirmación. Burkhalter se estremeció
mentalmente y dijo, con una dolorosa perplejidad:
-No acabo... de comprenderle. �Por qu� me trajo hasta aqu�? Yo... -dudó un instante y
preguntó-: �No voy con los dem�s?
-No puede ir con ellos -dijo el Mudo con tranquilidad.
Se produjo un silencio; una r�faga de viento fr�o silbó por entre las agujas de los pinos.
La penetrante fragancia y frescura de la noche rodeó a los dos tel�patas.
-Piense, Burkhalter -dijo Hobson-. Piense.
-La amaba -dijo finalmente Burkhalter-. Ahora lo s�.
En su mente se produjo un estado de conmoción y de autorrevulsión, pero �l mismo
quedo demasiado asombrado al darse cuenta de tantas emociones como ahora sent�a.
-�Sabe lo que significa eso, Burkhalter? No es usted un verdadero Calvo, al menos por
completo -guardó silencio un instante y a�adió-: Es usted un paranoide latente, Burk.
Durante un largo minuto no se produjo ning�n sonido ni intercambio de pensamientos
entre ellos. Despu�s, Burkhalter se sentó repentinamente sobre la alfombra de agujas de
pino que cubr�a el suelo del bosque.
-No es cierto -dijo; le parec�a como si, a su alrededor, los �rboles se tambalearan.
-Es cierto, Burk -la voz y la mente de Hobson se mostraban infinitamente amables y
suaves-. Piense. �Puede... podr�a haber amado a una paranoide si fuera usted un
tel�pata normal?
De un modo casi est�pido, Burkhalter sacudió la cabeza. Sab�a que era cierto. El amor,
entre los tel�patas, es una cosa mocho m�s infalible que entre los humanos que se
mov�an a tientas y a ciegas. Un tel�pata no pod�a cometer ninguna equivocación sobre la
calidad del car�cter de la persona amada. No pod�a, si �l quer�a. Ning�n Calvo normal
podr�a sentir m�s que la m�s fuerte revulsión con respecto a lo que hab�a sido Barbara
Pell. Ning�n Calvo normal...
-Tendr�a usted que haberla odiado. En realidad, la odió. Pero hubo algo m�s que odio.
Una de las cualidades de los paranoides, Burk, es la de sentirse atra�dos precisamente
hacia aquello que m�s desprecian. Si usted hubiera sido normal, habr�a amado a
cualquier mujer tel�pata normal, alguien igual a usted mismo. Pero nunca lo hizo. Ten�a
que encontrar a una mujer a la que pudiera mirar y considerar desde una posición
superior. Alguien sobre la que poder elevar su ego por medio del desprecio. Ning�n
paranoide puede admitir que otro ser sea igual a �l mismo. Lo siento, Burk. No me gusta
tener quc decirle estas cosas.
La voz de Hobson era como un cuchillo, despiadada y compasiva a la vez, como si
estuviera eliminando tejidos putrefactos. Burkhalter le escuchó y pisoteó el odio latente
que la verdad hab�a hecho surgir en su mente doble -y sab�a muy bien cu�l era la verdad.
-La mente de su padre tambi�n fue algo anormal, Burk -siguió diciendo Hobson-. Nació
con una actitud excesivamente receptiva para con la adoctrinación paranoide...
-Trataron de aplicar sus trucos con �l cuando no era m�s que un ni�o -espetó
Burkhalter con voz ronca-. Lo recuerdo muy bien.
-Al principio, no est�bamos seguros de lo que le suced�a a usted. Los s�ntomas no
aparecieron hasta que se hizo cargo del consulado. Despu�s, comenzamos a construir un
diagnóstico. En realidad, no deseaba usted ese trabajo. Al menos, eso era lo que le
suced�a a nivel subconsciente. Esas pesadas fatigas que sent�a no eran m�s que una
defensa. Hoy, he captado ese ensue�o suyo... no es el primero que ha experimentado.
Los sue�os relacionados con el suicidio son otro s�ntoma, y otro medio de escapar. Y
Barbara Pell fue el momento cr�tico. No pod�a permitirse a s� mismo el darse cuenta de
cu�les eran sus verdaderos sentimientos, as� es que proyectó la emoción opuesta... el
odio. Cre�a usted que le estaba persiguiendo y dejó en completa libertad ese odio. Pero
no era odio, Burk.
-No, no lo era. Ella... �ella era horrible, Hobson! �Era horrible!
-Lo s�.
La mente de Burkhalter se encontraba llena de violentas emociones, demasiado
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