[ Pobierz całość w formacie PDF ]
Wingate preguntó a Jimmie:
- Sabes dónde guardan las llaves del cocodrilo?
- No. Yo no...
- Yo puedo proporcionroslas - ofreció Annek vigorosamente.
- T no sabes conducir un cocodrilo.
- He estado observndolo durante semanas.
- Bueno, supongamos que puedes - siguió pretextando Jimmie -. Supongamos que te
marchas en el cocodrilo. Estars perdido a los quince kilómetros. Si no te pescan, morirs
de hambre.
Wingate se alzó de hombros.
- No quiero ser vendido al Sur.
- Yo tampoco - aadió Hartley.
- Esperad un minuto - insistió Jimmie, haciendo chasquear los dedos -. No veis que
estoy tratando de pensar?
Los otros tres permanecieron en silencio durante largo rato. Finalmente, Jimmie dijo:
- De acuerdo. Muchacha, ser mejor que se marche y nos deje hablar. Cuanto menos
sepa de esto mejor para usted. - Annek pareció ofendida, pero obedeció dócilmente y se
apartó lejos del alcance de sus palabras. Los tres hombres conferenciaron durante
algunos minutos. Finalmente Wingate le hizo seas a Annek de que volviera a acercarse.
- Eso es todo, Annek - le dijo -. Muchas gracias por todo lo que ha hecho. Hemos
encontrado una forma de marcharnos. - Se detuvo, luego aadió ceudamente -: Bueno,
buenas noches.
Ella se le quedó mirando.
Wingate se preguntó qu deba hacer o decir a continuación. Finalmente la acompaó
hasta una esquina de los barracones y le dio de nuevo las buenas noches. Regresó
apresuradamente, como avergonzado. Volvieron a entrar en el barracón.
Tambin el patrón Van Huysen tena problemas para conciliar el sueo. Odiaba tener
que aplicar la disciplina entre su gente. Pero, maldita sea, por qu no podan ser todos
buenos chicos y dejarle en paz? No haba mucha paz para un ranchero por aquellos das.
Costaba ms cosechar que lo que vala la cosecha puesta en Adonis... al menos as era
una vez pagados todos los gastos.
Aquella noche se haba dedicado a llevar las cuentas despus de cenar, con el fin de
apartar de su cabeza todas aquellas ideas desagradables, pero le resultaba difcil
concentrarse en los nmeros. Aquel hombre, Wingate... lo haba comprado tanto para
quitrselo de las manos a aquel mercader de esclavos de Rigsbee como para tener otra
mano que ayudara. Tena demasiado dinero invertido en mano de obra, pese a que su
capataz se quejaba siempre de que andaba escaso de brazos. O tendra que vender
algunos de ellos, o pedir al banco que refinanciara la hipoteca.
La mano de obra ya no vala lo que antes. No se encontraba la misma clase de
hombres en Venus que cuando l era un muchacho. Se inclinó de nuevo sobre sus libros.
Si el mercado suba aunque fuera tan sólo un poco, el banco podra descontarle un poco
ms de papel que en la anterior estación. Quizs esto lo arreglara.
Fue interrumpido por la visita de su hija. Siempre era agradable ver a Annek, pero lo
que esta vez tena que decirle ella, lo que finalmente le dijo, sólo sirvió para irritarle an
ms. Ella, preocupada por sus propios pensamientos, no poda darse cuenta de que hera
el corazón de su padre con un dolor que era realmente fsico.
Pero aquello haba arreglado las cosas en lo que se refera a Wingate. Se librara de
aquel creaproblemas. Van Huysen ordenó a su hija que se fuera a la cama con una
rudeza que nunca antes haba utilizado con ella.
Desde luego, todo era culpa suya, se dijo despus de que ella se hubiera ido. Un
rancho en Venus no era lugar para criar a una muchacha sin su madre. Su Annekhen era
casi una mujer ahora; cómo iba a encontrar un marido all en aquellas desoladas tierras?
Qu sera de ella si l mora? Ella no lo saba, pero no iba a quedarle nada, nada, ni
siquiera un billete de vuelta a la Tierra. No, no se convertira en la esposa de un operario;
no mientras quedara un soplo de vida en su cansado cuerpo.
Bien, Wingate tendra que desaparecer de all, y tambin aquel otro al que llamaban
Talego. Pero no los vendera al Sur. No, nunca haba hecho algo as con su gente. Pensó
con repugnancia en aquellas grandes plantaciones industrializadas a algunos centenares
de kilómetros ms all del polo, donde la temperatura era siempre veinte o treinta grados
superior a la de sus pantanos y la mortalidad entre la mano de obra era un captulo
importante en el clculo de costes. No, los llevara y tratara el asunto con el centro de
contratación; lo que ocurriera luego con ellos ya no sera responsabilidad suya. Pero no
los vendera directamente al Sur.
Aquello le dio una idea; hizo un rpido clculo mental, y estimó que lo que podra
conseguir por los dos contratos an sin expirar le permitira comprarle a Annek un billete a
la Tierra. Estaba casi seguro de que su hermana se hara cargo de ella, razonablemente
seguro al menos, pese a que haba reido con ella cuando se haba casado con la madre
de Annek. Podra mandarle un poco de dinero de tanto en tanto. Y quiz podra aprender
a ser secretaria o alguno de esos otros empleos distinguidos que una chica puede
conseguir en la Tierra.
Pero qu sera del rancho sin Annekhen?
Estaba tan inmerso en sus propios problemas que no oyó a su hija salir fuera de su
habitación y de la casa.
Wingate y Hartley aparentaron sorprenderse al no ser llamados al trabajo. Avisaron a
Jimmie para que se presentara en la Casa Grande; le vieron regresar pocos minutos ms
tarde y sacar el gran Remington de su garaje. Los recogió a los dos, luego volvieron a la
Casa Grande y aguardaron a que apareciera el patrón. Van Huysen salió poco despus y
se metió en su cabina sin dirigir ni una palabra ni una mirada a nadie.
El cocodrilo inició su camino hacia Adonis, avanzando lentamente a quince kilómetros
por hora. Wingate y Talego conversaban en voz muy baja, esperaban, se hacan
preguntas. Tras un tiempo interminable, el cocodrilo se detuvo. La ventanilla de la cabina
se abrió.
- Qu ocurre? - preguntó Van Huysen -. Se te ha parado el motor?
Jimmie le dirigió una mueca.
- No. Lo he parado yo.
- Por qu?
- Ser mejor que venga aqu y lo averige.
- Maldita sea, claro que voy a hacerlo! - La ventanilla se cerró violentamente; poco
despus apareca Van Huysen, asomando su voluminosa anatoma por el lado de la
cabina -. Ahora, qu es toda esta payasada?
- Ser mejor que siga a pie, patrón. ste es el final de la lnea.
Van Huysen pareció no encontrar ninguna respuesta adecuada, pero su expresión
hablaba por l.
- No, estoy hablando en serio - siguió Jimmie -. ste es el final de la lnea para usted.
Hemos viajado todo el camino por tierra firme, de modo que puede volver a pie. Le ser
fcil seguir la huella que hemos dejado; podr estar de vuelta en tres o cuatro horas, pese
a lo gordo que est.
El patrón miró a Jimmie, luego a los otros. Wingate y Talego le devolvieron su mirada,
con la enemistad en sus ojos.
- Ser mejor que se vaya, Gordo - dijo Talego suavemente -, antes de que lo echemos
[ Pobierz całość w formacie PDF ]